Hola chicos,
Sigo en Tailandia. Más concretamente, en el sur. He hecho un amigo y estoy viajando con él.
Os lo presento: se llama Krabi (como el Pokémon, si), tiene 2 años y 7 meses, 2 ojos saltones, anda de lado a 20km/h de promedio y pertenece a la familia de cangrejos de arena llamados “peleles”.
Le conocí en Railay, una bonita playa de agua azul turquesa rodeada de escarpados acantilados donde sólo se puede llegar en bote, nadando o teletransportándote, como hice yo.
Llegué allí el día 1 de Noviembre a las 09.48h hora local (media hora más que en Myanmar). Estado de la mar: completamente llana. Velocidad del aire: 1.3km/h. Temperatura: 31Cº. Humedad relativa: 81% (y eso que dicen en las noticias que ha empezado la temporada seca! xD).
Al cabo de unos minutos me di cuenta de que, aunque éramos 4 gatos, 15 personas, 2 perros, 10 monos y un robot, allí yo cantaba más que una almeja (podrida, porque almejas también había unas cuantas y no cantaban tanto como yo). Total, que visto lo visto decidí esconderme debajo la arena para pasar desapercibido y así evitar que mis planchas ardieran al sol. Y aquí fue donde conocí a Krabi.
Me lo pasé tan bien los 5.89 segundos que le estuve observando que decidí coger su forma, su color arenoso grisáceo y sus 6 patas ortopédicas acabadas en punta. Aunque es un tipo simpático, no se anda con rodeos y cuando está trabajando no acostumbra a querer saber nada de nadie. O te unes al equipo o te callas.
Yo me uní porque lo de callar no se me da del todo bien, así que a los 3.1 segundos ya estaba trepando p’arriba p’abajo las paredes del hoyo que Krabi me había cavado, sudando como un cerdo y jadeando como un perro. Cuando el niño de mi lado dejaba de crear insufribles terremotos con su rastrillo destructor y se iba al agua arrastrado de las orejas por sus padres, yo aprovechaba para salir y construir bolitas de arena como un loco poniéndolas una al lado de la otra, bolita a bolita, en forma de anfiteatro, tal y como me había enseñado mi nuevo amigo.
Cuando oía al pequeño monstruo humano chillar como un jabalí en apuros corriendo otra vez hacia mi, la táctica era esconderse en un tiempo récord de 0.004 segundos y descansar apoyado en la pared del hoyo resoplando y saludando a todos los cangrejos obreros que pasaban por delante de mi con cara de “no sabéis la peazo obra maestra que me estoy pegando allí arriba” mientras rezaba con las 6 patas cruzadas para que el pequeño engendro exterminador no destrozara mis 4 bolitas hechas con tanto amor.
Después de unos días entrenando para ser un cangrejo ejemplar y conseguir construir más de 2 hemiciclos, 3 palmeras y una mariposa seguidos sin ser interceptado por ningún humano, Krabi me aceptó como parte de su familia y me invitó a viajar unos días con él. Acepté encantado.
Nos levantamos temprano, justo cuando los escuálidos capitanes de las barquitas de madera empezaban a romper su sueño. La idea era llegar a una de sus barcas cuanto antes para poder coger un sitio privilegiado justo debajo del reborde del extremo más extremo de proa. Krabi se lo tenía estudiado desde hacía tiempo y resulta que este es el típico punto que todos los capitanes se olvidan siempre al revisar su bote en busca de fisgones como nosotros.
Allí pudimos gozar de un tranquilo viaje hacia las islas Phi Phi especulando sobre la vida de los 5 humanos con cara de gambón argentino y pelo platino que había a bordo y sobre la vida en general mientras tragábamos agua salada como dos campeones, abríamos y cerrábamos nuestras pestañas sin parar y rogábamos por no morir aplastados por algún pez saltarín que decidiera suicidarse contra nuestro barco en ese preciso momento.
Al llegar a Phi Phi lo primero que hicimos fue un bañito matinal para saludar a nuestros amigos los pececitos de rallas azules y amarillas (son muy majetes) y así empezar el día con buen humor. Al acabar nos pusimos manos a la obra en las largas y cristalinas playas de la isla. Estuvimos trabajando hasta el atardecer cuando tuvimos que interrumpir nuestras creaciones por culpa de un macro incendio inesperado a 0.43 metros de donde estábamos. ¡Mierda! Me había olvidado que hoy es Fullmoon, ¡corre BB-8!
Llegamos a coger los 34.8km/h hasta alcanzar una roca de unos 0.23m de altura desde la cual pudimos observar el panorama a 360º sin ser quemados o cazados por ninguno de los humanos locos que corrían por allí. El panorama no tenía desperdicio: mujeres tirando ramos de flores ardiendo al agua, 5 intrépidos jovenzuelos ignífugos haciendo piruetas con barras de fuego como si fueran manzanas y unos 538 chicos y chicas vestidos con prendas fluorescentes bailando y bebiendo como si el mundo se fuera a acabar en ese preciso instante.
Estuvimos observando un rato más esta cosa llamada “FullMoon Party” (trad.: fiesta de la luna llena) y, como era de esperar, el mundo no terminó y nosotros nos fuimos a dormir debajo de una de nuestras últimas obras maestras porque el día siguiente tocaba madrugar.
Nos volvimos a levantar justo antes de que el sol empezara a despuntar para volver a coger un sitio privilegiado en la primera barca que encontramos en el embarcadero. Al cabo de una hora, el destino nos había llevado hasta Maya bay, una elegante playa rodeada casi por completo de un montón de acantilados verdosos que contrastan bruscamente con el azul celeste del agua y el blanco hueso de la arena. Allí no pudimos trabajar demasiado por culpa de severos atascos en la orilla, así que nos quedamos en el bote y yo aproveché para hacer una sesión de observación.
Ese día descubrí una especie terrícola nueva que he catalogado como “humanos con complejo de súper modelos”. Son personas considerablemente flexibles, generalmente del género femenino, capaces de arquear su dorso hasta unos 43º con tal que su cabeza (casi)alcance su culo respingón durante más de 23 segundos (el tiempo que tarda su fotógrafo/a personal a tirar una foto mínimamente decente). Son bastante versátiles y normalmente están capacitados para mantener esta compostura alienígena (que no androide) en infinidad de escenarios: de pie delante de una barca, tumbados en la arena, encima de una roca en medio del agua, montados en una moto, sentados en el borde de una montaña e incluso debajo una palmera. ¿Conocéis a alguno? Tailandia está repleta de ellos.
Después de este gran hallazgo no tardamos mucho en marcharnos. Krabi no entendía muy bien porque yo no podía parar de observar humanos extraños mientras él solo podía hacer 2 cosas: dormir o esconderse de los groseros monos que se dedicaban a asaltar sin piedad a todo aquel que pudiera poseer un pequeño trozo de comida.
Fue un día un poco agobiante para todos así que decidimos darnos unas vacaciones. Al llegar al puerto nos colamos sigilosamente en un ferry que iba dirección una isla llamada Koh Lanta. Esta es una isla bastante más tranquila que el resto, la prueba está en que hay más mosquitos que personas. Allí dejamos rastro pelele en todas las playas que pudimos. Mi favorita: Bamboo Beach, una playa de difícil acceso con pocos humanos y muchas piedras donde esconderte y encontrar comida algo más sabrosa que la que encuentras en la arena.
Allí Krabi me enseñó algo que no olvidaré jamás: la infalible táctica de hacerse el muerto para pasar desapercibido ante los ojos desesperados de pequeños tiburones en busca de comida. El tema es la mar de sencillo: entras en el agua, caminas unos metros, con un ligero impulso propulsado por tus pezuñans subes el culo hasta la superficie, estiras hasta casi romperse tus 6 patas ortopédicas e inclinas la cabeza hacia atrás (como los humanos con complejo de super modelo, pero no tanto). En este punto tu cuerpo técnicamente está flotando en el mar así que solo te queda cerrar los ojos, dejar de respirar y sentir las olas pasar por encima de tus orejas poquito a poco mientras rezas porque no haya ningún tiburón debajo tuyo. Es fácil, de verdad.
Resumen: en Tailanda se vive bien. Muy bien. Krabi es un tipo feliz y sencillo y estoy divinamente con él, aunque su día a día es un tanto peligroso y vivimos con el temor constante de no morir aplastados por las pezuñas de un humano, atrapados en una red de asesinos en serie o electrocutados por una medusa. Lo peor, dice Krabi, es morir prensado por el culo de un israelí. Encima, con avaricia y petulancia!
Igual en unos días nos vamos a Singapur, aunque no creo que pueda convencerle para que venga conmigo porque dice que allí se han fulminado toda la arena de la playa. Veremos.
Un abrazo chicos! Recibid un cordial saludo, BB-8.